Padre Juan Carlos Ceriani: SERMÓN DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

 

Sermones-Ceriani

ACLARACIÓN DEL PADRE JUAN CARLOS CERIANI

Debido a que mis sermones están siendo publicados en otro blog, sin mi nombre y sin hacer referencia de dónde son tomados, me veo en lo obligación de aclarar que el único blog al cual envío mis sermones para su publicación es Radio Cristiandad, que lo viene haciendo con empeño y esmero desde septiembre de 2009, lo cual agradezco vivamente.

Por supuesto que no puedo más que alegrarme de que mi prédica se difunda y llegue al mayor número de lectores. ¡Enhorabuena! No hay en esto inconveniente alguno.

Pero lo mínimo que puede esperarse de un blog serio y cabal es que, al menos, indique el autor del escrito, aun cuando no quiera mencionar el blog del cual lo obtiene, lo cual indica ya una grave anomalía.

Que quede claro, entonces, que cuando mis sermones sean reproducidos por cualquier otro blog que no sea Radio Cristiandad, de aquí han sido obtenidos.

 

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

Se cumplió el tiempo de que diese a luz Isabel, y dio a luz un hijo. Y oyeron sus vecinos y parientes que el Señor había glorificado su misericordia con ella, y la felicitaron. Y sucedió en el octavo día que vinieron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, con el nombre de su padre. Y, respondiendo su madre, dijo: De ningún modo, sino que se llamará Juan. Y le dijeron: No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre. Y le indicaron a su padre cómo quería que se llamase. Y, pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y se extrañaron todos. Y se abrió al punto su boca, y se soltó su lengua, y habló, bendiciendo a Dios. Y se apoderó el temor de todos sus vecinos; y se divulgaron todas estas cosas por todas las montañas de Judea; y se preguntaban todos los que las oían, diciendo: ¿Quién crees que será ese niño? Porque la mano del Señor estaba con él. Y Zacarías, su padre, fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha visitado y obrado la redención de su pueblo.

Hoy, 24 de junio, ocupa nuestra atención y meditación la figura de un gran Santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia da la humanidad.

Me refiero al gran San Juan Bautista, Precursor del Señor, que estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo, exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano.

Su nacimiento anunció la Natividad de Jesucristo, y su vida brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Señor testimonió no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.

Él fue elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar la llegada de la luz del mundo al pueblo que estaba sumergido en las tinieblas: Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte. Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.

La Iglesia celebra normalmente la fiesta de los Santos en el día de su nacimiento a la vida eterna, que es el día de su muerte. En el caso de San Juan Bautista, se hace una excepción y se celebra el día de su nacimiento terrenal.

San Juan, el Bautista, fue santificado en el vientre de su madre cuando la Virgen María, con el Niño Jesús en sus purísimas entrañas, visita a su prima Santa Isabel.

Isabel estaba casada con San Zacarías, que era sacerdote, servía a Dios en el templo y esperaba la llegada del Mesías que Dios había prometido a Abraham.

No habían tenido hijos, pero no se cansaban de pedírselo al Señor, mientras vivían de acuerdo con la ley de Dios.

Un día, un Ángel del Señor se le apareció a Zacarías, quien se sobresaltó y se llenó de miedo. El Arcángel San Gabriel le anunció que iban a tener un hijo muy especial, pero Zacarías dudó y le preguntó que cómo sería posible esto si él e Isabel ya eran viejos, y ella estéril. Entonces el Ángel le contestó que, por haber dudado, se quedaría mudo hasta que todo esto sucediera. Y así fue.

La Virgen María, al enterarse de la noticia del embarazo de Isabel, fue a visitarla. Y en el momento en que Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de júbilo en su vientre.

El Ángel había encargado a Zacarías ponerle por nombre Juan. Con el nacimiento del Precursor, Zacarías recupera su voz y lo primero que dice es: Bendito el Señor, Dios de Israel, que ha visitado y obrado la redención de su pueblo.

Esta fiesta conmemora, pues, el nacimiento terrenal del Precursor.

Fue una de las primeras fiestas religiosas y, en ella, la Iglesia nos invita a recordar y a aplicar el mensaje de San Juan Bautista.

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Él es el Precursor, es decir, el enviado por Dios para prepararle el camino al Salvador. Por lo tanto, es el último profeta, con la misión de anunciar la llegada inmediata del Salvador.

Juan iba vestido de pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Venían hacia él los habitantes de Jerusalén y Judea. Juan bautizaba en el río Jordán y la gente se arrepentía de sus pecados. Predicaba que los hombres tenían que cambiar su modo de vivir para poder entrar en el Reino que ya estaba cercano. En suma, predicó a los hombres el arrepentimiento de los pecados y la conversión de vida.

San Juan reconoció a Jesús al pedirle Él que lo bautizara en el Jordán. En ese momento se abrieron los cielos y se escuchó la voz del Padre que decía: «Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias». San Juan dio testimonio de esto diciendo: «Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo».

Reconoció siempre la grandeza de Jesús, del que dijo no ser digno de desatarle las correas de sus sandalias, al proclamar que él debía disminuir y Jesús crecer porque el que viene de arriba está sobre todos.

Fue testigo de la verdad hasta su muerte. Murió por amor a ella. Herodías, la mujer ilegítima de Herodes, pues era en realidad la mujer de su hermano, no quería a Juan el Bautista y deseaba matarlo, ya que Juan repetía a Herodes: «No te es lícito tenerla». La hija de Herodías, en el día de cumpleaños de Herodes, bailó y agradó tanto al reyezuelo que éste juró darle lo que pidiese. Ella, aconsejada por su madre, le pidió la cabeza de Juan el Bautista. Herodes se entristeció, pero, por el juramento hecho, mandó que le cortaran la cabeza de Juan Bautista que estaba en la cárcel.

La Santa Liturgia conmemora este martirio el 29 de agosto.

Pues bien, con motivo de esta fiesta podemos considerar tres cosas:

1ª) la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó.

2ª) lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado.

3ª) la persona misma del Heraldo o Precursor.

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1ª) En cuanto al momento en que se manifiesta San Juan, la sociedad a la cual predica se caracterizaba por la tibieza y las tinieblas.

Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos. «Sombras de muerte», dice el pasaje evangélico que enmarca su misión.

2ª) Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que Él era la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

Y el mismo Jesucristo dirá: Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida… Mientras estoy en el mundo, soy la luz de este mundo… Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas.

Y más enérgica y significativamente agregará: ¡Fuego he venido a echar sobre la tierra, y cuánto deseo que ya esté encendido!

¡Fuego!, es decir: calor y luz… Ardor que calienta la tibieza…, y claridad que disipa las tinieblas.

El Verbo anunciado por San Juan Bautista era Vida, era Luz y era Calor, para un mundo, una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas… sombras de muerte.

3ª) Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz.

Con estas palabras caracteriza San Juan Evangelista al Precursor: testigo de la Luz… ¡Todo un programa!

Nuestro Señor dirá de su heraldo: Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz….

Testimonio magnífico da Nuestro Señor de San Juan: Él era antorcha ardiente y luciente.

San Bernardo enseña que el lucir o brillar solamente, es vano… El arder solamente, es poco… ¡Arder y lucir es lo perfecto!

El ardor interno del santo luce fuera. Y, si no le es permitido ambas cosas, escogerá más bien el arder; a fin de que su Padre que ve en lo secreto, le recompense.

Él era antorcha ardiente y luciente. No dice luciente y ardiente, porque el esplendor de San Juan procedía del fervor, no el ardor del resplandor.

¿Deseamos saber cómo ardió y lució San Juan?

Ardía:

– en sí mismo, con la austeridad;

– para con Dios, con íntimo fervor de piedad;

– para con el prójimo, con una constante lucha contra el pecado.

Lucía:

– con el ejemplo, para la imitación;

– con el índice, señalando al Verbo, sol de justicia y luz del mundo;

– con la palabra, alumbrando con ella la obscuridad de los entendimientos.

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Así, muy resumidamente, tenemos la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó; lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado; y la persona misma del Heraldo o Precursor.

Pero podemos preguntarnos: ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿Qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo?

Pues bien, el Santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:

La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron

Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció

Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron...

Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la luz de esa sociedad.

La luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas.

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Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.

Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte.

Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque nada en los placeres y el confort…, o los codicia, si no los tiene…

Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la oscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones…

Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios…

Iguales males, con el agregado de veinte siglos de cristianismo. El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo… Es una apostasía…

Pero es importante y necesario saber que esto no siempre fue así. Especialmente los jóvenes y los niños deben saber que, antes de esta sociedad apóstata y anticristiana, existió una civilización cristiana, la Cristiandad.

Por ejemplo, cuando llegaron a estas tierras los conquistadores y los misioneros, encontraron una sociedad desprovista de Cristo y con esas enfermedades morales ya indicadas. Faltaba la Vida, la Luz y el Calor…

Con la llegada de los misioneros, las antorchas ardientes y lucientes, se iluminaron estas tierras, recibieron calor y cobraron vida…

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Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida. Una densa oscuridad moral vuelve a cubrir estas tierras benditas por el paso de Jesús y María.

Esta mezcla de Cristianismo y Paganismo… Este credo en los labios con la incredulidad en la mente… Este Credo en las mentes con la sensualidad en el corazón… Este Cristianismo en las fórmulas con el materialismo en la vida…

Contra estas tinieblas nada vale… Ni la luz siniestra de dos guerras que han enrojecido la bóveda del cielo, ni la amenaza de una guerra peor aún, ni la guerrilla que iluminó con atentados el cielo de tantas patrias…

Es invulnerable la tiniebla de un cristianismo inerte, pobre, tibio… Sentimos que la religión agoniza junto a nosotros y seguimos jugando… En la hora de los martirios sabemos vivir indiferentes y alegres… Estamos desorientados, emprendemos mil caminos, escuchamos millares de voces que contrastan… No sabemos ya ni dónde andamos ni qué queremos…

En medio de esta crisis, que afecta principalmente a la religión y, correlativamente, a la sociedad temporal, Dios envió nuevamente algunos hombres, heraldos, antorchas ardientes y lucientes…

Y esos hombres, obispos, sacerdotes, religiosos, filósofos, intelectuales…, iluminaron, dieron calor a la sociedad; su acción llegó a casi todos los países del mundo, y la vida cristiana perseveró a su alrededor…, conforme a la consigna apocalíptica: Mantén lo que tienesGuarda lo que has recibido

¡Sí!, al igual que San Juan Bautista, de la misma manera que los Apóstoles y los misioneros, ellos anunciaron al Verbo de Dios hecho carne y se presentaron como antorchas para que el Cristianismo perseverase…

Es necesario que esas antorchas, ardientes y lucientes, no se extingan, sino que continúen guiando hacia Jesús, el Salvador y Redentor del mundo.

Son necesarias antorchas para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…

Necesitamos otros San Juan Bautista que como antorchas ardientes y lucientes nos guíen hacia Jesús…

¡Señor!, concédenos, por la intercesión de María Santísima, Estrella de la mañana, arder con el fuego de tu Caridad y lucir con la luz de tu Verdad…

¡Señor!, en esta hora trágica de la Iglesia y de la sociedad, no permitas que seamos tibios y temerosos; concédenos el fervor de San Juan Bautista; haznos arder con el fuego de tu Espíritu Santo a fin de que iluminemos a las almas… ¡y conservemos lo que hemos recibido!… ¡danos el coraje de ser santos!

¡Antorchas a encender, para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…!

¡Antorchas a encender, aguardando la Venida del Señor en Gloria y Majestad!

Le Venida de Ése mismo al cual señaló San Juan diciendo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…

La Venida de ese mismo Señor al cual señalamos nosotros diciendo: He aquí el Cordero degollado, que de pie reina en el Cielo y vendrá en Gloria y Majestad…