PURGATORIO Y LAS TREINTA MISAS GREGORIANAS

Al comenzar a escribir este artículo viene a mi mente muchos dichos que hemos escuchado, o que quizás hasta hemos pronunciado si nuestra conversión a la tradición ha venido luego de estar por allí lejos de la verdadera fe; esas frases como: cuando muera, ojalá llegue al Purgatorio, cuando, en el mejor de los casos se cree en su existencia, aunque, la verdad es que la mayoría de las veces, se carece de conciencia con respecto a la magnitud de las penas que hay allí.

Si se cree en el Purgatorio se tiene la esperanza de saber que de ese lugar podremos salir para llegar al Cielo, que es un lugar de paso donde debemos purgar nuestras culpas, lugar donde, la Virgen Santísima viene a consolar a las almas allí atormentadas; pero justamente no debemos olvidar que es lugar de expiación.

En el estudio de nuestra fe podemos ver que el Señor es tan misericordioso como justo; es por esto que el Purgatorio es para nosotros muestra fidedigna de esta Bondad y de esta Justicia.

Pero conozcamos un poco a cerca del Purgatorio, que nos dicen algunas revelaciones de los Santos, para pasar sí luego al tema que aquí nos compete que es: cómo ayudar a las benditas almas que están sufriendo allí hasta el momento de ser liberadas para ya no padecer jamás.

TESTIMONIOS DE LOS SANTOS

TERTULIANO

En las “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” cuenta lo que le sucedió a Santa Perpetua hacia el año 202. Una noche, mientras estaba en la cárcel, vio a su hermano Dinocrates, que había muerto a los siete años de un tumor en el rostro. Ella dice así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a un niño y mi hermano no podía beber Comprendí que mi hermano sufría. Por eso, orando con fervor día y noche, pedía que fuera aliviado… Una tarde vi de nuevo a Dinocrates, muy limpio, bien vestido y totalmente restablecido. Su herida del rostro estaba cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina y bebía con alegría. Cuando se sació, comenzó a jugar con el agua. Me desperté y comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos” (VII, 3-VIII, 4).

SAN AGUSTÍN

En el siglo V, afirma: “La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo” (Sermo 172, 1). “Opongan los herejes lo que quieran, es un uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (libro de herejías, cap. 53). Su madre Santa Mónica antes de morir dice: “Sepulten mi cuerpo donde quieran, pero les pido que, dondequiera que estén, se acuerden de mí ante el altar del Señor” (Confesiones IX, 11). Y él dice: “Señor, te pido por los pecados de mi madre” (Conf. IX, 13). “Señor, que todos cuantos lean estas palabras se acuerden ante tu altar de Mónica tu sierva y de Patricio, en otro tiempo su marido, por los cuales no sé cómo me trajiste a este mundo. Que se acuerden con piadoso afecto de quienes fueron mis padres en la tierra… para que lo que mi madre me pidió en el último instante, le sea concedido más abundantemente por las oraciones de muchos, provocadas por estas Confesiones y no por mis solas oraciones” (Conf. IX, 13). Y afirmaba que “el sufrimiento del Purgatorio es mucho más penoso que todo lo que se puede sufrir en este mundo” (In Ps. 37, 3 PL 36).

Algo parecido decía Santa Magdalena de Pazzi, quien pudo una vez contemplar a su hermano difunto y dijo: “Todos los tormentos de los mártires son como un jardín de delicias en comparación de lo que se sufre en el Purgatorio”.

SANTA CATALINA DE GÉNOVA

Llamada la doctora del Purgatorio, escribió un tratado sobre el Purgatorio, que en 1666 recibió la aprobación de la Universidad de París, y dice que “en el Purgatorio se sufre unos tormentos tan crueles que ni el lenguaje puede expresar ni se puede entender su dimensión.

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

Que vivió en el siglo XIII, tuvo una experiencia mística que lo hizo patrono de las almas del Purgatorio. Un sábado en la noche, después de prolongada oración, estaba en su lecho, queriendo dormirse, cuando escuchó una voz lastimera que le decía: “Nicolás, Nicolás, mírame si todavía me reconoces. Yo soy tu hermano y compañero Fray Peregrino. Hace largo tiempo que sufro grandes penas en el Purgatorio. Por eso, te pido que ofrezcas mañana por mí la santa misa para verme por fin libre y volar a los cielos… Ven conmigo y mira”. El santo lo siguió y vio una llanura inmensa cubierta de innumerables almas, entre los torbellinos de purificadoras llamas, que le tendían sus manos, llamándolo por su nombre y le pedían ayuda.

Conmocionado por esta visión, Nicolás la refirió al Superior que le dio permiso para aplicar la misa durante varios días por las almas del Purgatorio. A los siete días, se le apareció de nuevo Fray Peregrino, ahora resplandeciente y glorioso, con otras almas para agradecerle y demostrarle la eficacia de sus súplicas. De aquí tiene su origen la devoción del septenario de San Nicolás en favor de las almas del Purgatorio, es decir, mandar celebrar siete días seguidos la misa por las almas del Purgatorio.

SAN GREGORIO MAGNO

Algo parecido podemos decir de las treinta misas gregorianas. Cuenta el gran Papa y Doctor de la Iglesia San Gregorio Magno (+604) que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser Papa, había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: “Que tu dinero perezca contigo “. A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.

El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta misas celebradas por él. Estas misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, misas gregorianas. Estas treinta misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según revelaciones privadas, son muy agradables a Dios.

SAN ESTANISLAO

El año 1070 sucedió un suceso extraordinario en la vida de San Estanislao, obispo de Cracovia, en Polonia. Un cierto Pedro Miles le había regalado antes de morir algunas tierras de su propiedad para la Iglesia. Sus herederos, conscientes del apoyo del rey a su favor, sobornaron a algunos testigos y consiguieron que el santo fuese condenado a devolver esos terrenos.

Entonces, San Estanislao les dijo que acudiría al difunto, muerto tres años antes, para que diera testimonio de la autenticidad de su donación. Después de tres días de ayuno y oración, se dirigió con el clero y gran cantidad de fieles hacia la tumba de Pedro Miles y ordenó que fuera abierta. Sólo encontraron los huesos y poco más.

Entonces, el santo le pidió al difunto en nombre de Dios que diera testimonio y éste, por milagro de Dios, se levantó de la tumba y dio testimonio ante el príncipe Boleslao, que estaba presente, de la veracidad de su donación. Solamente el difunto le pidió al santo obispo y a todos los presentes que hicieran muchas oraciones por él para estar libre de los sufrimientos que padecía en el Purgatorio. Este hecho, absolutamente histórico, fue atestiguado por muchas personas que lo vieron.

SAN PEDRO DAMIANO (1007-1072)

Cardenal y Doctor de la Iglesia, cuenta que, en su tiempo, era costumbre que los habitantes de Roma visitaran las iglesias con velas encendidas la noche de la Vigilia de la Asunción. Un año sucedió que una noble señora estaba rezando en la basílica “María in Aracæli”, cuando vio delante de sí a una dama que ella conocía bien y que se había muerto hacía un año, se llamaba Marozia y era su madrina de bautismo. Ella le dijo que estaba todavía sumergida en el Purgatorio por los pecados de vanidad de su juventud y que, al día siguiente, iba a ser liberada con muchos miles de almas en la fiesta de la Asunción. Dijo: “Cada año la Virgen María renueva este milagro de misericordia y libera a un número tan grande como la población de Roma (en aquel tiempo de 200.000 habitantes). Nosotras, las almas purgantes, nos acercamos en esta noche a estos santuarios consagrados a Ella. Si pudieras ver verías a una gran multitud que están conmigo. En prueba de la verdad de cuanto te digo, te anuncio que tú morirás de aquí a un año en esta fiesta”. San Pedro Damiano refiere que, ciertamente, esta piadosa mujer murió al año siguiente y que se había preparado bien para ir al cielo el día de la fiesta de María.

Entre los santos que han tenido mucha devoción a las almas benditas está la Beata Sor Ana de los Ángeles y Monteagudo, religiosa dominica peruana del siglo XVI. Cuenta Sor Juana de Santo Domingo que un día tenía hambre y no había nada que comer en el convento. La santa le dijo que le trajera el breviario para rezar juntas a las almas del Purgatorio para que les enviaran alimentos. Pues bien, antes de terminar de rezar el Oficio de difuntos, mandaron llamar a la portería a Sor Ana y ésta le dijo a Sor Juana: “¿No te he dicho que las almas mandarían de comer? Vete tú misma a la portería y recibe lo que traen “. Allí se presentó un joven de buen aspecto que les traía panes, quesos, harina y mantequilla.

SANTA TERESA DE JESÚS (1515-1582)

Hablando de la fundación del convento de Valladolid dice así: “Tratando conmigo un caballero principal, me dijo que si quería hacer un monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía con una huerta muy buena. A los dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó el habla y no se pudo bien confesar aunque tuvo muchas señales de pedir perdón al Señor Muy en breve murió y díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura y que había tenido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer un monasterio de su Orden y que no saldría del Purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría… Estando un día en oración (en Medina del Campo), me dijo el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquella alma… No se pudo hacer tan presto, pero nos dieron la licencia para decir la misa, adonde teníamos para Iglesia y así nos la dijeron… Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, llegando a recibirle, junto al sacerdote se me presentó el caballero que he dicho, con el rostro resplandeciente y alegre. Me agradeció lo que había hecho por él para que saliese del Purgatorio y fuese su alma al cielo… Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre y grande es su misericordia” (Fundaciones 10).

Veamos otras de sus experiencias: “Había muerto un provincial… Estando pidiendo por él al Señor lo mejor que podía, me pareció salía del profundo de la tierra a mi lado derecho y vile subir al cielo con grandísima alegría. Él era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años y aún menos me pareció, y con resplandor en el rostro” (Vida 38, 26). Otra vez “habíase muerto una monja en casa, hacía poco más de día y medio. Estando diciendo una lección de difuntos, la vi que se iba al cielo. Otra monja también se murió en mi misma casa. Ella, de hasta dieciocho o veinte años siempre había sido enferma y muy sierva de Dios. Estando en las Horas, antes que la enterrasen, harían cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e irse al cielo” (Vida 38, 29). En otra ocasión, “habíase muerto un hermano de la Compañía de Jesús y estando encomendándole a Dios y oyendo misa de otro Padre de la Compañía por él, dióme un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él” (Vida 38, 30).

“Un fraile de nuestra Orden (Fray Diego Matías), harto buen fraile, estaba muy mal y estando yo en misa me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en el Purgatorio. Yo me espanté que no había entrado en el Purgatorio… De todos los que he visto, ninguno ha dejado de entrar en el Purgatorio, si no es este Padre, el santo Fray Pedro de Alcántara y otro Padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido que vea los grados que tienen de gloria. Es grande la diferencia que hay de unos a otros” (Vida 38, 31-32).

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Otro caso parecido lo cuenta San Alfonso María de Ligorio en su obra “Las glorias de María”. Había una joven, llamada Alejandra, que era pretendida por dos jóvenes. Ambos vinieron un día a las manos y quedaron muertos los dos en medio de la calle. Por haber sido ella la causa de la muerte de los dos jóvenes, sus parientes la degollaron y echaron su cabeza en un pozo. A los pocos días, pasó por allí Santo Domingo de Guzmán e, inspirado por Dios, miró hacia el pozo y dijo: “Alejandra, sal fuera”. Y Alejandra apareció viva, pidiendo confesión. El santo la confesó y le dio la comunión en presencia de mucha gente que pudo atestiguar el hecho. Dice San Alfonso María de Ligorio: “La joven dijo que, cuando le cortaron la cabeza, estaba en pecado mortal, pero la Virgen le había dado esta oportunidad de confesarse, porque había rezado el rosario todos los días. Después de esto, fue su alma al Purgatorio. Al cabo de otros quince días, se apareció al mismo Santo Domingo más hermosa y resplandeciente que el mismo sol y le declaró que uno de los sufragios más eficaces, que tienen las benditas almas del Purgatorio, es el santo rosario. Dicho esto, vio el glorioso Santo Domingo entrar su alma llena de alegría en la mansión de la bienaventuranza eterna“

SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE (1647-1690)

En su Autobiografía, dice que “encontrándome delante del Santísimo Sacramento el día de la fiesta del Corpus Christi se me apareció de repente una persona envuelta en fuego. Su estado lamentable me hizo entender que estaba en el Purgatorio. Me dijo que era el alma de un benedictino que, una vez, me había confesado y dado la comunión. Por esto, el Señor le había concedido el favor de poder dirigirse a mí para conseguir una reducción de sus penas. Me pidió de ofrecer por él por tres meses, todos mis sufrimientos y todas mis acciones. Al fin de los tres meses, lo vi lleno de alegría y de esplendor, cómo iba a gozar de la felicidad eterna y me agradeció diciéndome que velaría sobre mí junto a Dios”.

“Nuestra madre me permitió en favor de las almas del Purgatorio pasar la noche del jueves santo (15 abril 1683) delante del Santísimo Sacramento y allí estuve una parte del tiempo toda como rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Me dijo el Señor que Él me ponía a disposición de ellas durante este año para que les hiciere todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis amigas pacientes” (carta 22 a la Madre Saumaise).

“Esta mañana, domingo del Buen pastor (2 de mayo 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme y que éste era el día en el que el soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicable. Una es la buena madre Monthoux y la otra mi hermana Juana Catalina Gascon, que me repetía sin cesar estas palabras: El amor triunfa, el amor goza. El amor en Dios se regocija. La otra decía: Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor y las religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Regla… Como yo les rogara que se acordasen de nosotras, me han dicho, al despedirse, que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo” (carta XXIII a Madre Saumaise del 2 de mayo de 1683).

“La primera vez que vi a la hermana J.F. después de su muerte me pidió misas y varias otras cosas. Le ofrecí seis meses cuanto hiciera y padeciera y no me han faltado sufrimientos. Me dijo: Hay tres cosas que me hacen sufrir más que todo lo demás. La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba. La segunda, el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo… Ah, qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres. La tercera es la falta de caridad y haber sido causa de desunión y haberla tenido con las otras” (carta 31 a Madre Saumaise del 20-4-1685).

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Luego de haber leído a nuestros Santos benditos procedamos a conocer una manera de aliviar y dar la libertad a estas benditas almas presas en el fuego del Purgatorio, las treinta misas gregorianas, misas que lamentablemente hoy ya no se rezan, hoy ya hasta la Verdadera Misa está casi extinta, es por esto que, si nos encontramos en la posibilidad de hacer rezar estas treinta misas por el alma de nuestros amados difuntos, no perdamos la oportunidad de hacerlo, son pocos los sacerdotes que las rezan, y como veremos que deben ser consecutivas esto hace mucho más difícil el poder llevarlas a cabo en estos tiempos tan faltos de las cosas propias a la verdadera fe y a la verdadera Iglesia.

LAS TREINTA MISAS GREGORIANAS

Como el Privilegio Sabatino, las Treinta Misas Gregorianas pertenecen a la liberación de las almas del Purgatorio a través de la asistencia de Nuestra Señora.

Inspirado por el Espíritu Santo, el Papa San Gregorio nos dio el privilegio de las Treinta Misas Gregorianas

La práctica de las Treinta Misas Gregorianas fue fundada por el Papa Gregorio Magno en el año 590 dC en el Monasterio de San Andrés en Roma. Él estableció que 30 misas ofrecidas en 30 días consecutivos sin interrupción liberan un alma específica del Purgatorio.

La verificación histórica de la eficacia de las Treinta Misas Gregorianas es impresionante.

Que esta práctica piadosa fue establecida por San Gregorio el Grande habla mucho en su favor. Este Santo no sólo nos dio el Sacramentario gregoriano (que es esencialmente la Misa como siempre se dijo, y se conoció hoy como la Misa Tridentina), sino que también hizo una consolidación de oraciones católicas universales por los muertos.

Las treinta misas gregorianas han sido ampliamente utilizadas en los monasterios benedictinos desde la Edad Media. Sólo las fiestas de Navidad, Pascua y Tridium de Semana Santa, cuando caen entre las treinta Misas, pueden interrumpirlas sin romper el privilegio.

Las misas gregorianas se ofrecen a menudo en un altar privilegiado, aunque no es obligatorio. Cuando se inició la práctica, se limitó únicamente a las misas pronunciadas en el altar del monasterio de San Andrés en Roma, utilizado por San Gregorio cuando era abad de San Andrés. Más tarde, ese mismo privilegio se extendió a otros altares en Roma, y luego en otros lugares. El Papa León XIII declaró que una Misa en un altar privilegiado es equivalente a las Treinta Misas Gregorianas.

Las treinta misas gregorianas caen en desuso

En su artículo sobre las Treinta Misas Gregorianas, p. Stephen Somerville responde a la pregunta de por qué esta práctica se interrumpió después del Vaticano II. Él no cree que fue puesto a un lado por razones prácticas. Mas bien, afirma:

«El ecumenismo probablemente funciona para hacer discreto o para interrumpir la práctica de las Treinta Misas. Es un atrevido y enfático recordatorio de la doctrina del Purgatorio y de la importancia de las oraciones y las misas para los fieles difuntos están fuera de la creencia protestante, y por lo tanto son aptos para levantar los castigos protestantes”.

La mayoría de los jóvenes sacerdotes ni siquiera saben lo que son las Treinta Misas Gregorianas.

Hoy en día, encontrar sacerdotes o monasterios para decir las treinta misas seguidas puede ser difícil, pero es posible (haga clic aquí y aquí ).

Preguntas:

  1. ¿Garantizan ciertamente la liberación del alma (en cuestión) del Purgatorio?
  2. ¿Por qué se ha suspendido esta práctica?
  3. ¿Dónde podemos tener las Misas Gregorianas?

Hay una respuesta breve posible a todas estas preguntas. Pero la primera pregunta, acerca de la eficacia garantizada de estas misas, plantea muchas más preguntas sobre la práctica, especialmente su origen. A su vez, el origen nos dice mucho acerca de la creencia y la piedad católica, y la influencia de ese sorprendente Papa santo, Gregorio el Grande (d. 604).

Primero, permítanme ofrecer algunos hechos acerca de los Treinta Gregorianos, como se les llama, para los lectores que no estén familiarizados con la práctica.

Las misas gregorianas son una práctica fundada por el Papa Gregorio Magno que se convirtió en una tradición en los monasterios benedictinos: Si se ofrecen 30 misas durante 30 días consecutivos sin interrupción para un alma específica en el Purgatorio, se cree que el alma saldrá del Purgatorio y entrará Cielo. Estas misas pueden ofrecerse solamente para los difuntos.

La historia se remonta al año 590 dC en el Monasterio de San Andrés en Roma, fundado por San Gregorio Magno en su propia casa familiar alrededor de 570.

Después de su elección como Papa en 590, uno de los monjes, Justus por su nombre, se enfermó. Así que admitió a un amigo laico, Copiosus, que había ocultado tres piezas de oro entre sus medicamentos años antes, cuando fue profesado monje. Ambos, de hecho, eran ex médicos. Y, por supuesto, los otros monjes encontraron el oro cuando buscaban la medicación para Justus.

El monje fundador, ahora el papa Gregorio, oyendo hablar de este escandaloso pecado contra la Santa Pobreza, llamó al abad de su amado monasterio, y ordenó el castigo de aislamiento de Justus, aunque estaba muriendo, y ordenó su entierro no en el cementerio sino en el basurero. Copiosus dijo a su miserable amigo de esta decisión. Además, la comunidad debía recitar sobre su terrible tumba las palabras de San Pedro a Simón el Mago: «Que tu dinero perezca contigo» (Hechos 8: 20).

El resultado deseado del Papa fue alcanzado: Justus hizo un arrepentimiento serio, y todos los monjes un examen serio de la conciencia. Justo entonces murió, pero el asunto no lo hizo; treinta días más tarde el Papa Gregorio regresó al monasterio lleno de preocupación por Justo, que ahora estaría sufriendo el severo castigo temporal del fuego del Purgatorio por sus pecados. -Debemos -dijo Gregorio al abad- venir con la caridad en su ayuda y, en la medida de lo posible, ayudarle a escapar de este castigo. Vayan y arreglen treinta misas para su alma, de modo que por treinta días consecutivos la Víctima del Salvador sea inmolada para él sin falta. «Y así fue hecho.

Algunos días más tarde, Justus apareció en una visión a su amigo Copiosus y dijo: «Acabo de recibir el perdón de la Comunión y la liberación del Purgatorio a causa de las misas dichas para mí». Los monjes hicieron un cálculo y señalaron que era exactamente treinta días desde que comenzaron las Treinta Masas para Justus. Compartieron este gran consuelo entre ellos, con su Abad y con el Papa Gregorio, cuya autoridad personal garantiza su verdad, pues él escribió la cuenta completa de ella en su Libro de Diálogos, que llegó a ser muy popular.

Una tradición aprobada, pero no oficial

¿Es entonces la práctica de las Treinta Misas Gregorianas oficialmente garantizadas por la Iglesia para rescatar el alma dada del Purgatorio al Cielo? Por lo que se sabe, no, no están oficialmente garantizadas, porque aunque tenemos aquí una práctica aprobada por la Iglesia, no es una institución en la que la Iglesia comprometa su autoridad oficial. El caso de Justus es una historia consoladora, pero depende de una visión a Copiosus, que está en la categoría de revelación privada, digna de nuestra confianza tal vez, pero no igual a una visión de San José de Gabriel, por ejemplo.

Sin embargo, junto con Copiosus, un buen médico católico, también tenemos a San Gregorio Magno actuando una escena llamativa de su poderoso, bendito e inspirador papel en la Santa Iglesia. Ha ayudado a consolidar el hábito católico de oraciones por los difuntos. Durante siglos después de su muerte, las Treinta Gregorianas parecen haber sido ampliamente observadas en los monasterios benedictinos. Un monje de Cluny (d 1093) registra este hecho, y sólo los «cinco grandes» días se les permite interrumpir los treinta: Son Navidad, Semana Santa y el Triduo de la Semana Santa.

Misas sobre altares privilegiados

El altar del Papa Gregorio Magno, un altar privilegiado en la Capilla de la Clementina

La piedad católica ha añadido otros detalles a esta práctica de las misas gregorianas sin obligación estricta, como el uso de un «altar privilegiado» en una iglesia particular, y la elección de la Misa de Requiem para los Muertos cuando lo permiten las rúbricas.

En cuanto al «altar privilegiado», mencionado anteriormente, se convirtió en el título del altar habitualmente usado por San Gregorio para la misa cuando era abad en San Andrés.

Este mismo privilegio llegó a extenderse a otros altares, primero en Roma, luego en otros lugares. Tal «altar privilegiado» ad instar[como el original] requirió sólo una misa para que un alma difunta fuera liberada de los dolores del Purgatorio. Bajo el cargo del Papa León XIII, el Vaticano declaró «piadoso y lícito» mantener tal creencia: es decir, la convicción de que el mismo beneficio de las Treinta Misas gregorianas podría ser obtenido de una Misa única en dicho altar, privilegiada para invocar una indulgencia plenaria (remisión de todo castigo temporal por los pecados) por el alma por la cual se ofrece la Misa allí.

Varias otras preguntas han surgido a lo largo de los años y las edades con respecto a las treinta misas gregorianas.

Por ejemplo, un cambio de sacerdotes o de altar durante los treinta días no está prohibido.

Además, las misas y las oraciones pueden ser ofrecidas públicamente por la misma alma incluso mucho después de que el Treinta haya terminado, y de hecho, la piedad católica se inclina espontáneamente a hacerlo.

La persistencia de la creencia en el Purgatorio y de las oraciones y sacrificios por los difuntos permanece hoy en día, muy a favor de ese notable Papa Gregorio Magno catorce siglos después de su muerte.

¿Por qué se interrumpieron?

San Gregorio el Grande ayudó a establecer la disciplina monástica -Sacro Speco, Italia

Ahora, permítanme pasar a la pregunta 2: ¿Por qué se ha suspendido esta práctica? Evidentemente, la práctica no está totalmente descontinuada.

El número de párrocos disponibles y buenos se ha reducido mucho hoy en día «, y esto complica la treintena que debe ser rezada sin interrupción.

¿Dónde se puede decir?

Esto nos lleva a la pregunta 3: ¿Dónde podemos tener las Misas Gregorianas? Y la respuesta es, cualquier sacerdote válidamente ordenado, disponible y dispuesto, cuyo cronograma de misas no está demasiado cargado.

En el pasado, los sacerdotes de los monasterios contemplativos a menudo aceptaban peticiones para decir las Treinta Misas gregorianas.

Al igual que el Privilegio Sabatino, las Treinta Misas Gregorianas son una larga tradición de la Iglesia que ofrece alivio a las almas del Purgatorio. Como católicos fieles al Magisterio de la Iglesia, debemos hacer todo lo posible para ayudar a las Almas Pobres, especialmente a las de nuestras familias y amigos.

El Señor les conceda el descanso eterno, y brille sobre ellos la luz perpetua. Que descansen en paz. Amén.

Fuentes:

http://www.traditioninaction.org/religious/d026_Sabbatine.htm

http://www.traditioninaction.org/religious/d014rp30Gregorian_Somerville.html