JORGE DORÉ: FRANCISCO Y SU FE LICUADA

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Por Jorge A. Doré

Vivimos en un mundo ya demasiado vulgar, descreído y blasfemo como para seguir añadiendo leña al fuego. Necesitamos líderes espirituales que nos rescaten del rincón en el que la corrupción organizada nos ha acorralado a golpes sin tirarnos la toalla. No es casual esta desfachatez reinante. Es el lento, persistente y fructuoso trabajo de sociedades secretas que llevan décadas minando la civilización cristiana y uno de los medios de lograrlo, es precisamente fomentando la degradación moral de las masas. Un alto miembro de estas tenebrosas asociaciones, manifestó una vez la necesidad de sembrar la corrupción para impedir el florecimiento del catolicismo. Así nos aman.

Cualquier cristiano debería ser, por amor a Cristo, el reverso de esta medalla. El santo temor de Dios se acompaña del justo y debido respeto al Creador y en él no hay cabida para bufonadas:

“El sabio teme y se aparta del mal, mas el insensato se muestra insolente y confiado” (Pr. 14:16)

Hace mucho que Bergoglio dejó de ser un pibe y se supone que tenga conciencia del cargo que aparenta ostentar. Pero su vulgaridad demuestra que los zapatos que calza le quedan grandes. Como el temor de Dios no le cuadra, confía en que más bien, el Señor se adaptará a su pregón de vendedor de bisutería espiritual. Tal es su obsesión por la sencillez, que si pudiera revertir la transubstanciación, disfrutaría convirtiendo a Cristo en pan y en vino para alimentar a los pobres.

De peligros como él nos previno claramente Nuestro Señor:

“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. (Mateo 7: 15,16)

Y muchos frutos podridos, caídos del árbol enfermo de la seudoiglesia católica, llenaron de hedor la reciente Jornada de la Perdición en Brasil. (Creo que jamás podré olvidar la imagen de una Misa celebrada sobre cajas de cartón).

Porque ¿cómo puede Francisco con ese lenguaje callejero, dárselas de Vicario del Verbo hecho carne que habitó entre nosotros, que fue crucificado, muerto, sepultado, cuya Santa e Inmaculada Madre recibió una profundísima herida de espada en su alma, que aun hoy continúa sangrando por nosotros? ¿Hay en ello algo superficial o digno de ligereza? ¿Es el sacrificio de Jesús, son sus llagas, su herida en el costado, su corona de espinas y su sangre una frivolidad, un tema de conversación banal alrededor de una mesa donde se ceba mate? ¡Pobre Madre del Verbo encarnado, cuyos hijos de la iglesia militante, impíamente pastoreados, abandonan el valle de lágrimas para instalarse en seductoras tiendas de perdición espiritual!

Pero, lamentablemente, muchos fieles-infieles tan impregnados del liberalismo imperante y con el horizonte religioso nublado a causa del humo de Satanás, –que jamás escapó del Vaticano– encuentran atractivo a este demagogo que pugna por ganarse a todos. Menos a Dios.

Repasemos algunas palabras pronunciadas por Francisco con vehemencia, ante peregrinos argentinos en la catedral de Río de Janeiro, que nos hacen devanarnos los sesos por su imprecisión pero que arrancan aplausos y ordeñan las lágrimas de la audiencia aunque en sí no definan nada:

“Por favor, no licúen la fe en Jesucristo. No tomen licuado de fe. La fe es entera, no se licúa. Es la fe en Jesús”.

Con el debido respeto a Nuestro Señor, y sólo a modo de de comparación, traslademos las palabras de Bergoglio a labios del Divino Maestro:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Amados, no licúen mi fe. No tomen licuado de fe. Mi fe es entera y no se licúa…”.

¿Cuándo San Pio X se expresó así? ¿O Leon XIII, por ejemplo? Ni siquiera San Pedro, hombre auténticamente humilde se manifestó de ese modo porque fue testigo de la gloria del Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad. Pero conocía las distancias entre Dios y el hombre y a pesar de convivir con Jesús, la visión del Tabor, nunca pudo borrarse de su mente.

“Vivo yo, dice el Señor, que ante mí toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará a Dios.” (Romanos, 14, 11)

“Venid, y ved las obras de Dios, Terrible en hechos sobre los hijos de los hombres”. (Salmo 66, 5)

Muy distinto suena “perseverar en la fe”. Pero la seudoiglesia católica necesita cantidades que compensen las ausencias de quienes, buscando calidades, se esfumaron hacia el horizonte de las catacumbas y hay que encontrar medios efectivos para vender un producto que, presumiendo de claridad, ensombrece.

El hecho de dirigise a los jóvenes, no justifica la vulgaridad con que se pretende conquistarlos. Muy por el contrario. Pero Francisco se echa a la espalda la omnipotencia divina y, no pudiendo pasarle el brazo por el hombro al Altísimo en señal de camaradería, concibe un Dios enano y le monta un circo alrededor sin pensar en el león rugiente que anda fuera de la jaula buscando a quien devorar.

Uno de los males de la iglesia conciliar consiste precisamente en la supuesta convergencia de Dios y el hombre, porque habiendo humanizado a Dios y deificado al hombre, osa concluir que cada persona es un Cristo. Grave enfermedad del alma es ésta, que garantiza la ira del Altísimo.

Mas cerrando el capítulo de las licuefacciones, preguntémonos más bien, si la progresista maquinaria del Concilio Vaticano II no licuó la doctrina católica con sus filosas cuchillas –añadiendo una generosa dosis de herejía– en la redoma del “aggiornamento”. Quienes hayan bebido esta fórmula, deberían seriamente pensar en el antídoto de la tradición, porque el veneno es lento pero el brebaje es mortal.

Y continúa Francisco con su siguiente andanada de verborrea populista:

“Espero, como consecuencia de la Jornada de la Juventud, espero lío; que acá adentro va a haber lío ¡va a haber! Que acá en Río va a haber lío, ¡va a haber! Pero quiero lío en las diócesis. Quiero que se salga afuera. Quiero que la Iglesia salga a la calle”.

(En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Amados, espero lío; que en el Templo va a haber lío ¡va a haber! Que en Jerusalén va a haber lío, ¡va a haber! Pero quiero lío en todas partes. Quiero que se salga afuera. Quiero que la Iglesia salga a la calle”.)

Contraria a esta lamentable prédica Bergogliana, ajena totalmente a la paz de Cristo –como puede notarse– y propia de vulgares agitadores de izquierda, he aquí la gloriosa equivalencia (nos imaginamos) surgida de los santos labios del Divino Maestro:

“Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”. (Mateo 28: 19, 20.)

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española incluye las siguientes acepciones de lío: embrollo, enredo, confusión, barullo, gresca, desorden. ¿Por qué escoger esa palabra? La era de los pináculos y las agujas, cuando el hombre se ponía de puntillas –hasta arquitectónicamente– para alcanzar a Dios, ha muerto; tiempo aquel en que las riquezas llenaban los templos y en vez de reproche, causaban admiración, ya que cada generosa aportación a los mismos, equivalía al grato sacrificio de Abel a Dios. Aun los que poco tenían, contribuían al engrandecimiento de la Esposa de Cristo, porque se complacían en verla siempre finamente ataviada. Pero el ungüento fragante a los pies de Cristo, molesta a la antropocéntrica y farisaica seudoiglesia católica del Vaticano II, que hoy carga con Jesús muy a su pesar, deseosa de que el mundo acabe de desprenderse de El para evolucionar hacia un sincretismo religioso universal. Hace tiempo que en el Vaticano las doradas llaves del reino de los cielos fueron sustituidas por las herrumbrosas llaves del pozo sin fin.

“Tienen que salir a luchar por los valores”, continúa Francisco, y ahí se queda sin añadir “cristianos”, dejándo la frase peligrosamente abierta a la inclusión de valores de cualquier tipo y acordes al juicio personal de cada oyente.

Mas surgen las inevitables dudas: ¿Salir a la calle, Francisco… a qué, a convertir o a dialogar? ¿En qué quedamos? Decídase, porque tan pronto enciende usted una velita en una sinagoga como permite que un pentecostal le imponga unas manos tan consagradas como las del repartidor de pizza de la esquina, como lo oímos celebrar las glorias del Islam.¿Cuál es la misión del cristiano actual si la iglesia conciliar declinó el mandato proselitista de Cristo y hasta se han llegado a acuerdos que prohiben convertir al prójimo por respeto al derecho ajeno? Perdóneme, pero su moneda tiene más de dos caras y la falsedad es una caracteréstica sobresaliente de los últimos tiempos: falso amor, falsa caridad, falso respeto, falsa identidad sexual, falsa justicia, falsa moral, falsa libertad, falso cristianismo, y la falsa iglesia a la que usted pertenece, con su falso evangelio y su falsa adhesión a Cristo. Desde el prisma católico, es usted falso.

Y finalmente, en un rapto de lucidez metafórica, aplica el seudopapa el término “eutanasia cultural” sin hacer la menor referencia a la eutanasia espiritual aplicada a su victimizado rebaño –mal muchísimo más grave– continuamente perpetrada por el CVII, donde el sacrificio de Caín se consuma a diario en abominables mesas porque ya no quedan altares donde hacerlo.

Es lamentable que tantos jóvenes, ajenos a la confusión reinante, se vuelquen en masa a participar en las Jornadas Mundiales de la Perdición y asimilen una fe contaminada por los discípulos de Lucifer y de su falsa Iglesia Católica, cuya sombra eclipsa hoy al remanente de la verdadera esposa de Cristo, tal como predijera Nuestra Señora de La Salette.

Para acentuar el maquiavelismo, se tienta a las multitudes asistentes con la opción de la Misa Tridentina, cebo usado para captar a los que aún guardan alguna esperanza en el regreso a la cordura y a la verdadera fe. Pero para la seudoiglesia católica, la Misa antigua es un papel atrapamoscas.

Entre tanto, siguen machacando la Novus Ordo, creada por Pablo VI y Annibale Bugnini, ambos masones, cuya liturgia protestantizada –destinada a minar la fe del pueblo católico– logró hace mucho, que éste dejara de serlo.

Insinuar que las dos liturgias están a la misma altura, es una bofetada al rostro de Cristo. La antigua complace a Dios. La nueva complace al Diablo.

En Roma, centro mundial de la “operación del error” continúan bordando el negro tapiz de la abominación desoladora. Es sabio en estos tiempos guardar las necesarias distancias con la embajada del averno en la Tierra y meditar en el destino de la mujer de Lot.

Conclusión

El ser humano se asemeja cada vez más a su nuevo modelo moral, lo que nos hace pensar que se avecina el prototipo: el hijo de perdición, que veremos advenir con la frente en alto, gustosamente recibido por multitudes afines a él. Posiblemente ya se esté acicalando para hacer su entrada al escenario escatológico.

Mientras el pobre Cristo se lamentaba de que:

“Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis.” (Juan 5:43)

el Anticristo entrará como un nuevo salvador, no por el ojo de la aguja, sino por la puerta ancha, la de la perdición, saciándose de aquellas glorias del mundo que Jesús despreció cuando el Maligno le susurró al oído:

“Todo esto te daré si, postrándote, me adoras…” (Mateo 4:9)

La amarga realidad es que millones de almas, como explicara Padre Pio, caen al infierno vestidas de fiesta –y muchas por confiar en indignos pastores de almas–.

Sólo nos queda rogarle a Dios que, con su Gracia, nos conceda y guarde la lucidez necesaria para apartarnos de estos heraldos del mal y burladores de Cristo, como Francisco.