EL ATELIER DE SAN JOSÉ: SAN JOSÉ, MODELO Y PROTECTOR UNIVERSAL

SAN JOSÉ,

MODELO Y PROTECTOR UNIVERSAL

La Iglesia, al promover el culto de San José, lo presenta a todos sus hijos como modelo y protector.

Todos los Santos son propuestos como modelos de imitación; pero cada uno en particular para determinada condición, como, por ejemplo, San Luis Gonzaga, para los jóvenes; Santa Zita, para las personas de servicio, y Santa Mónica, para las madres.

San José, empero, es propuesto como modelo universal; vale decir, como dechado de todas las virtudes y para todos los cristianos, de cualquier estado, edad y condición.

Y en verdad, los nobles, los príncipes, los reyes, pueden mirarse en San José, que fue de sangre real, y aprender de Él a no envanecerse por la nobleza de su origen.

Pueden mirarse en Él los que ocupan los primeros puestos en la sociedad, y aprender a ser humildes, como fue humildísimo Él en el importante y delicadísimo oficio que desempeñó junto a la Virgen Inmaculada y al Verbo Encarnado.

Pueden mirarse en Él los pobres, los perseguidos, los atribulados, para imitar la paciencia y la resignación con las cuales sostuvo la pobreza, las persecuciones y los cuidados y trabajos que fueron su pan de cada día.

Él es modelo de los obreros, porque supo santificarse ejerciendo el humilde oficio de carpintero.

Es modelo de los jóvenes, porque pasó santamente la juventud.

Es modelo de los esposos, porque vivió con María como conviven los Ángeles en el Paraíso.

Es modelo de los padres, de los jefes de familia, porque fue el fiel custodio de Jesús y María, y el jefe de la más santa de todas las familias.

Es modelo de los sacerdotes, porque trató íntimamente, si bien con suma veneración y respeto, al mismo Jesús, como ellos lo tratan cada día en el ejercicio de su ministerio, y especialmente en la Santa Misa.

Es modelo de quien vive en el mundo y de quien vive en el claustro, porque a la vida activa de pobre artesano supo unir la vida del retiro y de la perfección, viviendo siempre en la presencia de Dios, y conversando con Él por la oración y la meditación, aun en medio del trabajo.

Es modelo de los vírgenes, porque cultivó esta virtud con gran perfección, y la unió a la calidad de esposo de la Virgen de vírgenes, sin empañar su blancura.

Es modelo de los moribundos, porque murió en calma, tranquilo y feliz, asistido por Jesús y por María.

Es, en suma, el modelo universal; y es para todos los hombres, lo que los demás Santos son para una clase particular de personas.

En San José tienen los padres de familia el más sublime modelo de paternal vigilancia y providencia; los cónyuges, un perfecto ejemplar de amor, de concordia y de fe conyugal, y los vírgenes, un dechado y a la vez defensor de la virginal integridad.

Los nobles, teniendo ante los ojos la imagen de San José, aprendan a conservar también su dignidad en los reveses de fortuna; y los ricos entiendan cuáles sean los bienes que es necesario apetecer con ardiente anhelo, y con todo empeño atesorar.

Por su parte, los proletarios, los obreros y cuantos no posean muchos bienes de fortuna, por título y derecho propio deben recurrir a San José, y de Él aprender lo que tienen que imitar; pues Él, si bien de regia estirpe, unido en matrimonio con la más santa y excelsa entre las mujeres, y padre legal del Hijo de Dios; sin embargo, emplea su vida en el trabajo, y con el ejercicio de su profesión gana lo necesario para el mantenimiento de los suyos (León XIII, encíclica Quamquam pluries).

Pero, si la Iglesia nos lo presenta como modelo universal, en atención a la vida que llevó sobre la Tierra; por el poder que tiene en el Paraíso, se nos propone como protector universal; esto es, auxiliador para todas las necesidades.

Todos los Santos son nuestros protectores; pero cada uno suele ser invocado para una determinada necesidad, como, por ejemplo, Santa Lucía, para las enfermedades de los ojos; Santa Apolonia, para las de los dientes; San Blas, para las de la garganta, etcétera.

San José, en cambio, nos protege, no en una, sino en todas las necesidades, sean espirituales o temporales, pues cualquier favor que Él pide a Dios por nosotros, lo obtiene.

Aun más, mientras los otros Santos piden e interceden por nosotros, Él no ruega —dice Gersón—, sino que manda; porque a una indicación, a un deseo suyo, Dios enseguida concede la gracia, no pudiendo negar nada al que fuera el fidelísimo Custodio del Verbo Encarnado.

Por esto, la Iglesia en la fiesta de su Patrocinio lo llama nuestro Protector universal.

San José, después de María Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de los hombres.

Pues es doctrina definida por el Concilio Tridentino, que Dios omnipotente otorga sus gracias por intercesión de sus Santos, pues quiere que ellos sean glorificados en el Cielo y en la Tierra.

Ahora bien, entre los Santos, obtiene más prontamente y con mayor abundancia el que es intercesor más poderoso; esto es, el que está más cerca de Dios por dignidad, por santidad y por los servicios que le ha prestado, puesto que Dios es justo distribuidor y remunerador.

Lo mismo sucede ante los monarcas de la tierra: conceden éstos mayores favores, según el grado de dignidad y virtud de que está adornada la persona que pide, y según mayores sean los servicios que ella ha prestado a la patria con su brazo o con su talento.

Pues bien; después de María Santísima, nadie es mayor que San José en dignidad, habiendo tenido sobre Jesús todos los derechos de Padre, y ejercido para con Él todos los oficios inherentes a su cargo. Jesús estuvo a Él sometido, y quiso ser llamado hijo suyo.

Nadie, además, es mayor que San José en santidad, después de María Santísima, habiendo estado tan próximo a la fuente más pura de la santidad, Jesucristo, con quien tuvo trato familiar, cosa no concedida nunca a ningún otro hombre; y habiendo sido elegido como Esposo de la Reina de todos los Santos, María Inmaculada, que es lo mismo decir que fue muy semejante a Ella.

Finalmente, después de María Santísima, ninguno prestó servicios más íntimos y señalados al Hijo de Dios que San José, puesto que le dio de comer, de beber y de vestir; lo preservó del frío, lo albergó, y además le salvó la vida, librándolo de la ira de Herodes, conduciéndolo salvo a Egipto, y sustentándolo con su duro trabajo de artesano.

Por lo tanto, San José, después de María Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de sus devotos.

Como Jesús en el Cielo está sumamente agradecido a su Madre María Santísima, así lo está también a San José, que hizo con Él oficio de Padre. Y por esto, mientras los otros Santos, para obtener alguna gracia de Jesús, ruegan y suplican como humildes siervos; San José no ruega, no suplica, sino manda, como hemos dicho anteriormente.

No se puede dudar —afirma san Bernardino de Siena— que Jesucristo, quien en la tierra reverenció a San José como si éste fuese su Padre, pueda negarle cosa alguna en el Cielo.

Y lo mismo puede decir cualquiera que haya recurrido a San José para obtener de Dios la gracia deseada, gracia que siempre ha sido concedida por su intercesión.

San José es el Patrono de las personas que se dedican a la vida interior, ya que su vida fue toda una sublime contemplación de las celestiales virtudes de María y de las divinas acciones del Verbo humanado.

Es el Patrono de los sacerdotes, ya que fue el primero entre los hombres que tuvo en sus manos el cuerpo santísimo del Salvador, y el primero en ofrecer al Eterno Padre las primicias de la Sangre preciosa que vertió en la circuncisión.

Es el Patrono de los prelados, ya que gobernó por larga serie de años con solicitud increíble y prudencia admirable, en circunstancias dificilísimas, las dos personas más santas que jamás haya habido sobre la tierra: Jesús y María.